Una joven secuestrada de la Tierra y en un planeta extraño es perseguida por distintos seres con diferentes intenciones cada uno. ¿En quién podrá confiar? ¿Quién podrá ser su aliado? ¿Quién podría ser su amigo? Sola en un mundo desconocido sólo podrá correr y escapar.
¿Cómo es recobrar la conciencia en un planeta extraño; que de a poco tu mente se vaya amoldando a nuevas y extravagantes situaciones que te tocan vivir, sin por ello caer en la locura? Eso es lo que le sucedió a Vitala, una muchacha secuestrada de la Tierra y llevada a un planeta lejano en donde varios cyborgs distintos se la disputarán una y otra vez con diferentes intenciones cada uno. Atrapada y sola en ese planeta, Vitala tendrá que correr y escapar, si quiere seguir viva, intacta o libre.
Una aventura de ciencia ficción con seres mezcla de carne y máquina; una colección de personajes a los cuales no será difícil apreciar; un viaje colorido en donde el lector asistirá a las aventuras y peripecias de una jovencita inexperta (y atolondrada en ocasiones) que va de un lugar a otro las más de las veces en contra de su voluntad.

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"Y espero (principalmente) que te encariñes aunque sea con un personaje y que lo adoptes en tu alma en lo que dure tu lectura."

Capítulo 1 de "Carne y Cable"

CAPÍTULO 1
UNA CHICA CORRIENDO POR UN BOSQUE


El bosque era rojo, y el cielo también. No sabemos si era el color natural de ese bosque y de ese cielo, o era el color subjetivo con que lo veía ella. Porque ella corría con los ojos inyectados en sangre por el terror. Su pelo era tan rojo y vivo como el bosque y el cielo; su piel, dorada; y su vestido, tonto. Era un vestido amarillo, floreado, corto, que ya en la Tierra hubiera parecido tonto; pero aquí era sólo un vestido para no correr desnudo por ahí como una bestia de Dios.
A propósito, su nombre era Vitala. ¿Y por qué corría aterrorizada? Había escapado del demonio Bactrón que la tenía prisionera en su cueva-guarida- fragua (lo que sea) en donde él la había estado torturando. Bactrón, un demonio corpulento, enorme y musculoso, de un rojo brillante, enorme cabeza de cuernos como de carnero, y mirada sin pupila, tenía atrapada a Vitala en una maquinaria de cadenas, poleas y roldanas, que sujetaban sus muñecas y tobillos, tensionándola, estirándola. La torturaba sólo por torturar, sólo por tenerla prisionera, sólo por verla adolorida, sólo por matarla a la larga, cuando ya se hubiera cansado. Y eso podía durar cuatro horas o cuatro días.
Y ella había aprovechado la contingencia de un descuido de Bactrón y una rotura en la maquinaria, lo que le permitió escapar. Ahora corría desesperada, con su vestidito amarillo y floreado, por el bosque rojo de ese planeta. Corría sin saber, sin pensar, sólo con ráfagas de pensamientos, recuerdos y sensaciones. Si no lloraba mientras corría era porque su mente aún no sabía que podía llorar. Corría alejándose lo más que pudiera del horno de Bactrón, aquél que la apresó para poder torturarla, sin saber ella que había otras fuerzas en el planeta Mantra que deseaban apresarla, pero para otros fines. Algunos similares, otros distintos entre sí.
Se detuvo a sentarse en un árbol, a esperar a que su alma baje, que su cerebro se reacomode, que su corazón dejara de martillar con una maza de plomo. Se sentó, y los recuerdos empezaron a bajarle de a poco –muy de a poco– a su mente. Empezó a recordar algo de lo que había vivido hasta entonces, y que una serie de acontecimientos anormales, coronados con el tremendo shock del demonio torturador, habían logrado bloquear su mente y convertirla en una gacela temerosa que corría desesperada por un bosque rojo.
Recordaba… recordaba…
–Yo era Vitala… Yo soy Vitala… –se decía–. Yo vivía en la Tierra… –su mirada estaba perdida, como si mirara al árbol que tenía enfrente, pero no lo miraba–, tenía amigos, tenía una amiga, sí, una gran amiga, sí, también. Yo estudiaba… la Facultad; trabajaba… la oficina; yo trabajaba… Y la luz, la luz… –Y ya no pudo verbalizar más. Empezaron a pasar por su cabeza fotos rápidas e inconexas de su vida en la Tierra. De cumpleaños, exámenes, compañeros de trabajo y de estudio, de su perro, su departamento, de su mejor amiga, sus salidas; hasta llegar a la foto última de su desordenado álbum mental: la de aquel sábado a la noche en que fue secuestrada.
Al llegar ahí, sus recuerdos comenzaron a estabilizarse y dejaron de ser fotos desordenadas para transformarse en una lenta película.
Había salido aquel sábado a la noche con Lucía, su mejor amiga, y como la cosa no prometía para más, habían ido a tomar un café y charlar de todo un poco. A la salida se despidieron, y mientras ella, sola, esperaba el colectivo en una esquina oscura… ¡paf! ¡sucedió!… una luz enorme y rápida como si alguien le hubiera sacado una foto instantánea usando un reflector. Y todo: calle vacía, esquina oscura, autos de la avenida, parada de colectivo, desaparecieron. Y en su lugar estaba recostada en un bloque de acero frío, como un monolito, que hacía de camilla en un recinto en penumbras, de paredes curvas; en una nave que viajaba por el espacio y que ya estaba saliendo del sistema solar.
A partir de allí la película volvió a detenerse, como si su cabeza no recordara cuánto tiempo hubo pasado hasta el próximo suceso, en donde la película volvía a fluir y se veía a ella misma ya más familiarizada con la nave. No había pasado mucho tiempo desde su secuestro en la Tierra –dos, tres o cuatro meses tal vez– pero sí lo suficiente como para amar a alguien, alguien que había sufrido ciertas vicisitudes para ser quien era.
Pero de pronto se incorporó, el miedo volvió a su faz. Oía criaturas que la perseguían. Los recuerdos podían esperar, el lento reacondicionamiento de su mente shockeada se daría o después cuando pudiese estar a salvo, o mientras corría por su vida, que era lo que empezó a hacer ahora.
Volvió a correr, pero ya no con la mente borrada, como un animal, sino como un ser humano, con técnica. Iba en zigzag, elegía los caminos más difíciles (aún así seguía oyendo a sus perseguidores), corría por un riachuelo para salir de él un trayecto más adelante. Hasta intentó, sin éxito, subirse a un árbol, pero como no lo consiguió rápidamente, eligió no perder tiempo y seguir corriendo. Hasta que finalmente cayó rendida y, exhausta, se dejó morir; y del agotamiento se durmió.
En eso, una manada de lobos surgió del verde, la rodearon, formaron un círculo en torno a ella, la observaron, y se retiraron. Al rato un lobo enorme, hermoso, de pelaje gris, se acercó lentamente hacia ella, recorrió con su hocico su cuello, abrió la boca como para morderlo, y la mantuvo abierta a unos centímetros del mismo, exhalando su aliento caliente sobre él. Alrededor de ellos dos, sólo en ese sector del bosque, había nieve. Se hizo de noche.

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