Una joven secuestrada de la Tierra y en un planeta extraño es perseguida por distintos seres con diferentes intenciones cada uno. ¿En quién podrá confiar? ¿Quién podrá ser su aliado? ¿Quién podría ser su amigo? Sola en un mundo desconocido sólo podrá correr y escapar.
¿Cómo es recobrar la conciencia en un planeta extraño; que de a poco tu mente se vaya amoldando a nuevas y extravagantes situaciones que te tocan vivir, sin por ello caer en la locura? Eso es lo que le sucedió a Vitala, una muchacha secuestrada de la Tierra y llevada a un planeta lejano en donde varios cyborgs distintos se la disputarán una y otra vez con diferentes intenciones cada uno. Atrapada y sola en ese planeta, Vitala tendrá que correr y escapar, si quiere seguir viva, intacta o libre.
Una aventura de ciencia ficción con seres mezcla de carne y máquina; una colección de personajes a los cuales no será difícil apreciar; un viaje colorido en donde el lector asistirá a las aventuras y peripecias de una jovencita inexperta (y atolondrada en ocasiones) que va de un lugar a otro las más de las veces en contra de su voluntad.

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"Y espero (principalmente) que te encariñes aunque sea con un personaje y que lo adoptes en tu alma en lo que dure tu lectura."

sábado, 7 de enero de 2012

Soy cementerio

Estimados, una vez más la revista Insomnia ha tenido la gentileza de publicarme un cuento. Esta vez, en el Nº 169 correspondiente a Enero de 2012 han publicado mi cuento "Soy Cementerio". Y estoy muy contento y agradecido de ello.
Allá por el año 2005, Metrovías anunciaba su concurso "Cuentos Cortos de Terror Metrovías" y tres compañeros de trabajo y yo decidimos participar y enviamos nuestras respectivas creaciones. Ninguno de los cuatro ganó. Pero aún así estoy orgulloso de mi cuento (no me parece un mal cuento, de hecho creo que logra lo que se propone). Y por eso decido publicarlo aquí en mi blog inexistente.



Soy cementerio 

Por Eugenio Emilio Orsi

(Con el debido registro de la Propiedad Intelectual)



            Esa mañana soleada tomé el colectivo para ir a la facultad –ya no recuerdo cuánto hace de esto–, y el diariero subió conmigo. Lo conozco desde que yo era chico, siempre me regalaba caramelos cuando iba a buscar el diario para mi padre. Gregorio siempre fue bueno conmigo (¡cómo podría yo saberlo!). Charlamos, y en un instante, me miró a los ojos y todo se volvió negro. Colectivo, sol, calle, todo se desvaneció y, como en sueños lejanos, me veo bajando con él y siguiéndolo hasta su casa.




            Me encuentro despierto y desnudo en el suelo del patio; no sé porqué pero no puedo moverme. A mi derecha hay una mesa con anaqueles, calentadores, frascos de vidrio, y ¡Dios mío! ¡Fetos! Pequeños fetos del tamaño de un puño, pequeños hombrecillos. Gregorio me explica que es un alquimista que busca crear vida... homúnculos, dice. Pero que falla siempre, y surgen muertos, o agonizantes, y siempre deformes. Que me eligió y me cazó para probar una teoría suya.

Con un bisturí me hace una incisión en el antebrazo –quiero gritar y no puedo–. –Igual nadie te escucha –me dice, y con una pinza toma de un frasco un hombrecillo muerto y lo entierra en mi músculo –¡quiero gritar y no puedo!–. Luego hace lo mismo con mi otro antebrazo, con mis muslos –¡no puedo creer lo que me está pasando!–, con mis glúteos, y con los costados de mi abdomen. ¡Me está enterrando homúnculos muertos! Empiezo a transpirar, a jadear y gemir, me duele, me duele mucho, y están muertos; es de noche y los siento dentro mío, quietos y fríos dentro mío, en mis músculos; siento como si sus almas estuvieran al lado mío, enormes, parados en las losas del patio. Siento frío, un frío de muerte, como si sus espectros estuvieran acechando para agarrarme. Es de noche y estoy en el patio. Siento ahora un calor enorme, ¡me quema por dentro! ¡Dios mío, Dios mío, ya se están pudriendo! No puedo gritar, no puedo gritar.



            Es de día, despierto de mi desmayo, lo recuerdo todo y lloro; Gregorio está sujetándome la cabeza y dándome a beber algo. Con las horas me voy hinchando. Hunde tres homúnculos más en mi grasa abdominal. Siento que a algunos de ellos, por la acción de mis líquidos internos, se les van corroyendo los tejidos. Siento también un escozor en mi brazo, como si picase alrededor del muerto, ¡gusanos! Quiero moverme y no puedo, quiero gritar y no puedo.

Noche otra vez, llueve sobre mí. Siento como presencias, como un vacío, algo oscuro y frío que me vigila. Son ellos, las almas de los muertos.



            Día. Otra vez el líquido que me da Gregorio. Me hincho cada vez más. Creo que perdí el pelo. Otros dos homúnculos en mi vientre, y otros dos en cada brazo. Con cada cadáver que entierra, el brujo inscribe en mi carne unos sellos. ¿Signos mágicos, clasificaciones, o sólo lápidas? Siento en mi interior carne muerta y desgarrada, esqueletos, líquidos que se derraman. No puedo más. Atardece, percibo como una procesión de espectros en el patio, avanzan y me rodean; hay muerte en el aire, me ahoga el alma, me ahogo y tengo miedo, ¡quiero ir con mi familia!, ¡quiero irme a mi casa! Quiero gritar y no puedo. Lloro.





            Amanece, otra vez me da de beber. –¡Basta! ¡Pará por favor! Soltame, ¡por favor te lo pido! –le sollozo, pero él no me contesta, no le interesa. Me hincho, siento dolor, soy una bola de grasa enorme y deforme. Hoy sepultó quince en mí. Me siento lleno de cuerpos blandos, fríos, inertes; trato de no pensar en que los gusanos están ahora devorando cuerpos dentro de mi cuerpo. Abro mi boca y sale olor a muerte. A la noche creo que vuelven ellos, me rodean y esperan, siento pavor, lejanías demoníacas a mi lado. No puedo gritar.



            Otro día. Llueve. Otra vez el líquido. Excrecencias me crecen en el cuerpo, costras de materia orgánica, flora cadavérica en mi piel. Soy un paisaje, soy un cementerio. Hoy Gregorio entierra dos homúnculos en mi deforme cuello. Uno de ellos está vivo aún. Lo siento agonizar durante horas boqueando el aire que pasa por mi garganta. En la noche ellos vienen. Están ahí. Esperan. Quisiera estar con mamá.



            Hoy por la mañana, el brujo toma un homúnculo que pareció salir bastante sano aunque débil y lo inhuma en mis genitales. Duele mucho, trato de no pensar en lo parasitado que me siento. Me da a beber una bebida nueva. Este homúnculo es diferente. Por la noche siento manos espectrales apresar mi garganta, ellos están sobre mí. Algo pasa. Sueño que muchas bocas diminutas se abren en mi cuerpo, lloran, gimen, se alimentan de mí, y nacen rompiéndome. Sé que moriré.



            Es de día. Una mañana soleada. Al final el brujo habla: –Pronto vas a morir, ellos renacerán y se alimentarán de tu carne. ¡Felicidades, “mamá”, vas a dar a luz multitud de anticristos!

Querría haber podido llorar, pero dos homúnculos sepultados a los costados de mi desfigurado rostro han absorbido ya todas mis lágrimas.    



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