Una joven secuestrada de la Tierra y en un planeta extraño es perseguida por distintos seres con diferentes intenciones cada uno. ¿En quién podrá confiar? ¿Quién podrá ser su aliado? ¿Quién podría ser su amigo? Sola en un mundo desconocido sólo podrá correr y escapar.
¿Cómo es recobrar la conciencia en un planeta extraño; que de a poco tu mente se vaya amoldando a nuevas y extravagantes situaciones que te tocan vivir, sin por ello caer en la locura? Eso es lo que le sucedió a Vitala, una muchacha secuestrada de la Tierra y llevada a un planeta lejano en donde varios cyborgs distintos se la disputarán una y otra vez con diferentes intenciones cada uno. Atrapada y sola en ese planeta, Vitala tendrá que correr y escapar, si quiere seguir viva, intacta o libre.
Una aventura de ciencia ficción con seres mezcla de carne y máquina; una colección de personajes a los cuales no será difícil apreciar; un viaje colorido en donde el lector asistirá a las aventuras y peripecias de una jovencita inexperta (y atolondrada en ocasiones) que va de un lugar a otro las más de las veces en contra de su voluntad.

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"Y espero (principalmente) que te encariñes aunque sea con un personaje y que lo adoptes en tu alma en lo que dure tu lectura."

domingo, 28 de noviembre de 2010

"Teatro de títeres" de Fredric Brown

Buenas tardes, hoy quiero compartir con Uds. un cuento de Fredric Brown.

Fredric Brown fue un escritor norteamericano que nació en 1906 y murió en 1972. Fue, básicamente un escritor de policiales y de ciencia-ficción.
Es, a mi parecer, un "maestro del cuento corto". No soy una persona a quien le gusta leer libros de cuentos, básicamente soy de buscar novelas, pero en el caso de Fredric Brown he hecho varias excepciones (y no es que no tenga sus buenas novelas el hombre; recomiendo "Universo de locos" y su idea de un universo hecho de universos, es decir una infinitud de universos en donde todo es posible, piense Ud. algo disparatado, y habrá algún universo en donde eso mismo esté sucediendo hecho realidad. Y recomiendo también la hilarante "Marciano vete a casa" en donde los marcianos invaden la tierra, ¿Cómo? ¿Con qué fin? Sólo por molestar nomás y divulgando los secretos íntimos de la gente.), prosigo, en el caso de Brown he hecho varias excepciones. Recuerdo las largas peregrinaciones por la Avenida Corrientes o por otros tradicionales centros de venta del libro usado como Parque Rivadavia o Parque Centenario.
Sus cuentos son de una originalidad extrema, de una imaginación fresca e inusual. Uno, al terminar de leerlos, suele quedar chasqueado y sorprendido por el final. Muchas veces de humor, otras inquietantes, este gran escritor ha sido de gran influencia para otros escritores. Incluso uno de sus mejores cuentos "Arena" ha sido llevado a la pantalla chica como argumento de un episodio de "Viaje a las estrellas", la serie original.

He dicho que fue un maestro del cuento corto, tan es así que una vez leí por ahí que quizás el cuento más corto del mundo se le deba a él. Y dice así:

El último hombre sobre la Tierra estaba solo en una habitación. Sonó una llamada a la puerta...

Después esa frase fue alargada y la transformó en el cuento titulado "Llamada".

También dije que fue de una gran originalidad a la hora de escribir, baste como ejemplo el genial relato llamado "El final":

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.
-Y he encontrado la ecuación clave –dijo un buen día a su hija-. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.
Apretando un botón mientras hablaba, dijo:
-Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto –dijo, hablaba mientras botón un apretando.
-Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la. Campo un es tiempo el. –Hija su a día buen un dijo-. Clave ecuación la encontrado he y.
Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.

Final el



Bueno, espero haberles entusiasmado con este autor y que después de leer este artículo -y en el caso improbable de que exista alguien allí afuera- salgan a buscar en la Red información y textos de Don Fred.
Les dejo para mayor solaz y descubrimiento uno de sus mejores cuentos que bien podrá robarles una sonrisa. Su nombre es "Teatro de títeres" (Puppet Show), también llamado "Espectáculo de marionetas". Parece que salió publicado por primera vez en Playboy en noviembre de 1962.
Para disfrutar de "Teatro de títeres" sólo tienen que cliquear abajo en donde dice "Más información".
Les dejo mis saludos. Que lo disfruten.





El horror se abatió sobre Cherrybell poco después del mediodía de un día de agosto sumamente caluroso. Quizá sea una redundancia; cualquier día de agosto en Cherrybell, Arizona, es sumamente caluroso. Se encuentra junto a la carretera 89, a unos sesenta kilómetros al sur de Tucson y cuarenta y cinco kilómetros al norte de la frontera mexicana. Se compone de dos gasolineras, una a cada lado de la carretera para abastecer a los viajeros que van en ambas direcciones, una tienda de artículos diversos, una taberna que sólo tiene licencia para vender cerveza y vino, un atrayente establecimiento para los turistas que no pueden esperar a haber cruzado la frontera para empezar a comprar sarapes y huaraches, un desierto puesto de hamburguesas, y una cuantas casas de adobe habitadas por americano—mexicanos que trabajan en Nogales, la ciudad fronteriza enclavada un poco más al sur, y que, por Dios sabe qué razón, prefieren vivir en Cherrybell y viajar, algunos de ellos, en «Fords», modelo T. El letrero de la carretera dice, «Cherrybell, Pop. 42», pero el letrero exagera; Pop falleció el año pasado —Pop Anders, que regentaba el ahora desierto puesto de hamburguesas —y el número correcto es el 41.
El horror llegó a Cherrybell montado en un burro que guiaba un anciano y sucio prospector de barba gris que después —al principio nadie se molestó en preguntarle su nombre —afirmó llamarse Dade Grant. El nombre del horror era Garth. Debía de medir unos dos metros setenta de estatura, pero era un hombre tan delgado que no podía pesar más de cuarenta y cinco kilos. El burro del viejo Dade le llevaba fácilmente, a pesar del hecho de que sus pies arrastraron por el suelo a ambos lados. Le había arrastrado sobre la arena del desierto, pues, como después se descubrió, más de ocho kilómetros no habían causado el menor desperfecto en los zapatos, más parecidos a botas altas, que constituían todo lo que llevaba a excepción de unos calzones muy anchos de color azul verdoso. Pero no eran sus dimensiones lo que le confería un aspecto tan repulsivo; era su piel. Parecía roja, y en carne viva. Parecía que le hubieran despellejado vivo, quitando toda su piel y colocándola al revés. Su cabeza, su cara, eran igualmente estrechas y alargadas; a no ser por eso habría parecido humano... o, por lo menos, humanoide. A menos que se tomaran en cuenta otros detalles, como el hecho de que tenía el pelo del mismo color azul verdoso que los calzones, así como los ojos y las botas. Rojo sangre y azul claro.
Casey, propietario de la taberna, fue el primero en verlos acercarse por la llanura, procedentes de la cordillera que se alzaba al este. Había salido a la puerta trasera de la taberna para respirar un poco de aire fresco, que en realidad era caliente. En aquel momento estaban a unos cien metros de distancia y, no obstante, pudo ver el insólito aspecto de la figura montada en el burro. Lo que era insólito aspecto a esa distancia, se convirtió en horror cuando estuvieron más cerca. Casey abrió la boca y no la cerró hasta que el extraño trío se encontró a unos cincuenta metros de él, momento en que empezó a andar lentamente hacia ellos. Hay personas que echan a correr al divisar lo desconocido y otras que salen a su encuentro. Casey salió a su encuentro, aunque muy lentamente.
Todavía en campo abierto, a unos veinte metros de la fachada posterior de la pequeña taberna, Casey llegó a su altura. Dade Grant se detuvo y soltó la cuerda con la que arrastraba al burro. El burro se detuvo también y bajó la cabeza. El hombre que parecía una estaca se levantó con sólo plantar sólidamente los pies, a horcajadas del burro. Pasó una pierna por encima del animal y se mantuvo un momento en pie, apoyando su peso sobre las manos que tenía colocadas encima del burro, para sentarse en la arena casi en seguida.
—Es la gravedad de este planeta —dijo —. No puedo resistirla mucho rato.
—¿Puede darme agua para el burro? —preguntó el prospector a Casey —. A estas alturas, ya debe de estar sediento. He tenido que dejar las cantimploras, y otras cosas, para que pudiera llevar a... —Señaló con un dedo al horror azul y rojo.
Casey estaba empezando a darse cuenta de que era un horror. De lejos la combinación de colores parecía algo extravagante, pero de cerca... la piel era áspera y daba la impresión de tener venas en la parte exterior; también parecía mojada, aunque no lo estaba, y que el diablo le llevara si no hacía el efecto de que le hubieran despellejado, y nada más. Casey jamás había visto nada similar y confiaba en no volver a ver algo así en el resto de su vida.
Casey intuyó una presencia a su espalda, y miró por encima del hombro. Otros lo habían visto y se acercaban, pero los que estaban más cerca, un par de muchachos, se encontraban a diez metros de él.
—Muchachos —llamó —. Agua para el burro. Un cubo. Pronto.
Volvió la cabeza y dijo:
—¿Qué...? ¿Quién...?
—Me llamo Dade Grant —dijo el prospector, alargando una mano, que Casey estrechó inconscientemente. Cuando la soltó, la rata del desierto señaló con el pulgar la criatura sentada sobre la arena —. Su nombre es Garth, según él mismo dice. Es un extra no sé qué, y también una especie de ministro.
Casey hizo una inclinación de cabeza al hombre—estaca y se alegró de recibir otra inclinación como respuesta en vez de una mano extendida.
—Yo soy Manuel Casey —dijo —. ¿A qué se refiere con eso de un extra no sé que? –La voz del hombre—estaca se reveló inesperadamente profunda y vibrante.
—Soy un extraterrestre, y ministro plenipotenciario.
Por muy raro que parezca, Casey era un hombre de cierta cultura y conocía el significado de ambas frases; probablemente era la única persona de Cherrybell que conocía el de la segunda. Menos raro, considerando el aspecto de su interlocutor, fue que creyera ambas cosas.
—¿En qué puedo servirle, señor? —inquirió —. Pero primero, ¿por qué no entra para resguardarse del sol?
—No, gracias. Aquí hace más fresco de lo que me dijeron, pero no estoy mal. Esto equivale a uno noche fresca de primavera en mi planeta. Y, en cuanto a lo que usted puede servirme, haga el favor de notificar mi presencia a sus autoridades. Creo que les interesará.
Bueno, pensó Casey, la suerte le había hecho tropezar con el hombre más idóneo en un radio de treinta kilómetros como mínimo. Manuel Casey era medio irlandés y medio mexicano. Tenía un hermanastro que era medio irlandés y medio americano, y el hermanastro era coronel del ejército en la base de las fuerzas aéreas Davis—Montan de Tucson. Dijo:
—Espere un minuto, señor Garth; voy a telefonear. Usted, señor Grant, ¿tampoco quiere entrar?
—No, el sol no me molesta. Me paso todo el santo día debajo de él. Y este Garth me pidió que me quedara pegado a él hasta que hubiera hecho lo que tenía que hacer aquí. Dice que me va a dar una cosa muy valiosa si lo hago. Un... no sé que electrónico.
—Un indicador de minerales electrónico y portátil, alimentado por baterías —dijo Garth —. Un sencillo aparato que indica la presencia de una concentración de mineral hasta a cinco kilómetros de distancia, así como la clase, el grado, la cantidad y la profundidad.
Casey tragó saliva, se disculpó y se abrió paso entre la creciente multitud hasta llegar a su taberna. Al cabo de un minuto tenía al coronel Casey al otro extremo de la línea, pero necesitó otros cuatro minutos para convencer al coronel de que no estaba borracho ni le estaba gastando una broma.
Treinta y cinco minutos después se oyó un ruido en el cielo, un ruido que aumentó y finalmente cesó cuando el helicóptero ocupado por cuatro hombre se posó en el suelo y sus hélices se detuvieron a unos doce metros de un extraterrestre, dos hombres y un burro. Sólo Casey se había atrevido a reunirse con el trío procedente del desierto; había otros espectadores, pero éstos continuaban ligeramente apartados.
El coronel Casey, un mayor, un capitán y un teniente, que era el piloto del helicóptero, salieron del aparato y se dirigieron hacia ellos. El hombre—estaca se levantó, alzando sus dos metros setenta de estatura; por el esfuerzo que le costaba mantenerse en pie se veía que estaba acostumbrado a una gravedad mucho más ligera que la de la Tierra. Se inclinó, y repitió su nombre e identificación como extraterrestre y ministro plenipotenciario. Después se disculpó por volver a sentarse, explicó por qué era necesario, y se sentó.
El coronel se presentó a sí mismo y a los tres que le habían acompañado.
—Y ahora, señor, ¿en qué podemos servirle?
El hombre—estaca hizo una mueca que probablemente quería ser una sonrisa. Tenía los dientes del mismo color azul claro que el pelo y los ojos.
—Ustedes tienen una frase hecha que dice «lléveme junto a su superior». Yo no pido tanto. En realidad, debo quedarme aquí. Tampoco pido que sus superiores vengan a verme. Eso sería muy descortés. Estoy dispuesto a que ustedes les representen, a hablar con ustedes y a que ustedes me interroguen. Pero quiero pedirles una cosa. Ustedes tienen cintas magnetofónica. Me gustaría que, antes de empezar a hablar o responder preguntas, trajeran una. Quiero estar seguro de que el mensaje que reciban sus superiores sea completo y exacto.
—Muy bien —dijo el coronel. Se volvió al piloto —. Teniente, pida una cinta magnetofónica por la radio del helicóptero y diga que nos la envíen lo más rápidamente posible. Pueden lanzarla en paracaídas... No, eso tardaría más, pues tendrían que embalarla para la caída. Que la envíen con otro helicóptero. —El teniente se dispuso a marcharse —. Escuche —añadió el coronel —. Pida también cinco metros de cable. Tendremos que enchufarlo en la taberna de Manny.
El teniente echó a correr hacia el helicóptero.
Los demás se sentaron y sudaron un momento, y después Manuel Casey se levantó.
—Tendremos que esperar una media hora —dijo —y, si vamos a estar sentados al sol, ¿a quién le apetece una botella de cerveza fría? ¿A usted señor Garth?
—Es una bebida fría, ¿verdad? Yo no tengo nada de calor. Si tuviera algo caliente...
—Un café, marchando. ¿Quiere que le traiga una manta?
—No, gracias. No será necesario.
Casey dio media vuelta y no tardó en regresar con una bandeja en la que había media docena de botellas de cerveza fría y una taza de humeante café. El teniente ya había vuelto. Casey dejó la bandeja en el suelo y sirvió al hombre—estaca en primer lugar, el cual tomó un sorbo de café y dijo:
—Está delicioso.
El coronel Casey se aclaró la garganta.
—Ahora sirve a nuestro amigo prospector, Manny. En cuanto a nosotros... Bueno, tenemos prohibido beber cuando estamos de servicio, pero la temperatura era de cuarenta y dos grados a la sombra en Tucson, y aquí hace más calor, aparte de que no estamos a la sombra. Caballeros, considérense de permiso oficial hasta que terminen de beber la cerveza, o hasta que llegue la grabadora, si es que la recibimos antes.
La cerveza se terminó primero, pero cuando la última de ellas había desaparecido, el segundo helicóptero se dejó ver y oír encima del grupo. Casey pregunto al hombre—estaca si quería más café. La oferta fue cortésmente declinada. Casey miró a Dade Grant y éste le guiñó un ojo, así que Casey fue a buscar otras dos botellas, una para cada uno de los terrícolas civiles. Al volver encontró al teniente que iba hacia la taberna con el cable y retrocedió hasta el umbral para mostrarle dónde tenía que enchufarlo.
Cuando se reunió con los demás, vio que el helicóptero había llevado a una dotación completa de cuatro hombres, aparte de la grabadora. Además del piloto, había un sargento que estaba familiarizado con el manejo de la cinta magnetofónica y que en ese momento hacía los ajustes necesarios, un teniente coronel y un suboficial que les habían acompañado por si acaso se le requería durante el vuelo, o porque la solicitud de que enviaran rápidamente una grabadora a Cherrybell, Arizona, por vía aérea, había suscitado la natural curiosidad. Todos rodeaban boquiabiertos, al hombre—estaca y hablaban en voz baja.
El coronel dijo:
—Atención. —Esta única palabra hizo que cesaran todas las conversaciones y reinara un silencio absoluto —. Hagan el favor de sentarse, caballeros. En círculo. Sargento, si colocamos el micrófono en el centro del círculo, ¿grabará claramente lo que cualquiera de nosotros pueda decir?
—Sí, señor. Ya casi he terminado.
Diez hombres y un humanoide extraterrestre se sentaron en círculo, con el micrófono colgado de un pequeño trípode en el centro aproximado. Los humanos sudaban copiosamente, el humanoide se estremecía ligeramente. Fuera del círculo, el burro permanecía inmóvil, con la cabeza baja. Un poco más cerca, pero todavía a cinco metros de distancia, diseminada ahora en un semicírculo, se encontraba toda la población de Cherrybell, que a esta hora habría estado en su casa en un día normal; las tiendas y las gasolineras se hallaban desiertas.
El sargento apretó un botón y la bobina de la grabadora empezó a girar.
—Probando..., probando —dijo. Apretó un segundo el botón de rebobinado y después volvió a apretar el botón de puesta en marcha —. Probando...
El sargento apretó el botón de rebobinado, y el borrador para limpiar la cinta. Después. El botón de parada.
—Cuando apriete el próximo botón, señor —dijo al coronel —, estaremos grabando.
El coronel miró al alto extraterrestre, que le hizo un signo de asentimiento con la cabeza, y entonces el coronel miró al sargento. Este apretó el botón de grabación.
—Me llamo Garth —dijo el hombre—estaca, lenta y claramente —. Procedo de un planeta de una estrella que no consta en sus catálogos estelares, aunque si conocen la concentración globular de la cual es una de las noventa mil estrellas. Desde aquí, en dirección al centro de la galaxia, está a algo más de cuatro mil años luz.
»Sin embargo, no he venido aquí como representante de mi planeta o mi pueblo, sino como ministro plenipotenciario de la Unión Galáctica, una federación de las civilizaciones ilustradas de la galaxia, por el bien de todos. Mi misión consiste en visitarlos y decidir, aquí y ahora, si serán autorizados a formar parte de nuestra federación.
»Ahora pueden hacerme todas las preguntas que deseen. Sin embargo, me reservo el derecho de posponer la respuesta a algunas de ellas hasta que haya tomado una decisión. Si la decisión es favorable, contestaré a todas las preguntas, incluidas aquellas cuya respuesta he diferido. ¿Les parece bien?
—Sí —dijo el coronel —. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿En una nave espacial?
—Efectivamente. Ahora la tenemos justo encima de nosotros, en órbita a treinta y cinco mil kilómetros, de modo que gira con la Tierra y permanece sobre este mismo punto. Me tienen sometido a observación desde ella, y ésta es una de las razones por las que prefiero quedarme al aire libre. Debo hacerles una señal cuando quiera que bajen a recogerme.
—¿A qué se debe que hable tan correctamente nuestro idioma? ¿Acaso está dotado de telepatía?
—No, no lo estoy. En ningún lugar de la galaxia hay ninguna raza telépata, excepto entre sus mismos miembros. Me enseñaron su idioma con este propósito. Hace muchos siglos que nosotros tenemos observadores entre ustedes... Al decir «nosotros» me refiero a la Unión Galáctica, naturalmente. Es evidente que yo no podría hacerme pasar por un terrícola, pero hay otras razas que pueden. Por cierto, ellos no son espías, ni agentes; no han tratado de influirles en ningún aspecto; son observadores y nada más.
—¿Cómo nos beneficiaremos si entramos a formar parte de su Unión, en el caso de que nos lo pidan y nos acepten? —preguntó el coronel.
—En primer lugar, recibirán un cursillo sobre las ciencias sociales fundamentales que pondrá fin a su tendencia a luchar unos contra otros y pondrá fin o, por lo menos, controlará sus agresiones. Cuando veamos que lo hayan logrado y resulte seguro para ustedes, les enseñaremos a viajar por el espacio y muchas otras cosas, tan rápidamente como ustedes vayan asimilándolas.
—¿Y si no nos lo piden o rehúsan?
—Nada. Les dejaremos en paz; incluso retiraremos a nuestros observadores. Ustedes mismos labrarán su propio destino... o convertirán su planeta en un lugar deshabitado e inhabitable en el plazo de un siglo, o dominarán por sí mismos las ciencias sociales, siendo nuevamente candidatos a formar parte de la Unión. Nosotros les vigilaremos de vez en cuando, y cuando nos parezca que no van a destruirse entre sí, haremos un nuevo acercamiento.
—¿Por qué estas prisas, ahora que está usted aquí? ¿Por qué no pueden quedarse el tiempo suficiente para que nuestros superiores, como usted les llama, hablen con usted en persona?
—Pregunta diferida. La razón no es importante, pero sí complicada, y no quiero perder el tiempo explicándola.
—Suponiendo que su decisión sea favorable ¿cómo nos comunicaremos con usted para hacerle saber la nuestra? Es evidente que ya sabe lo suficiente de nosotros como para comprender que yo no puedo tomarla.
—Nos enteraremos de su decisión por nuestros observadores. Una condición, en el caso de que acepten, es que publiquen esta entrevista completa en los periódicos, tal como quedará grabada en esta cinta. También deben publicar todas las deliberaciones y decisiones de su gobierno.
—¿Qué hay de los demás gobiernos? Nosotros no podemos decidir unilateralmente por todo el mundo.
—Hemos escogido a su gobierno para empezar. Si ustedes aceptan, nosotros les proporcionaremos las técnicas que empujarán a los demás a seguir rápidamente su ejemplo... y esas técnicas no implican la fuerza ni la amenaza de la fuerza.
—Deben de ser unas técnicas extraordinarias —dijo irónicamente el coronel —si empujan a seguir rápidamente nuestro ejemplo a un país que no quiero nombrar, sin que medie ninguna amenaza.
—A veces, ofrecer una recompensa es más efectivo que recurrir a la amenaza. ¿Cree que el país que no desea nombrar se alegraría de ver que ustedes colonizan planetas de estrellas lejanas antes de que ellos pudieran llegar a Marte? Pero éste es un punto relativamente secundario. Pueden ustedes confiar en esas técnicas.
—Parece demasiado bonito para ser verdad. Pero usted ha dicho que debe decidir, aquí y ahora, si nos invitan a formar parte de su organización o no. ¿Puedo preguntarle en qué factores basará su decisión?
—Uno de ellos es que debo (debía, puesto que ya lo he hecho) comprobar su grado de xenofobia. En el sentido que ustedes dan a la palabra, significa temor a los extranjeros. Nosotros tenemos una palabra que no posee un equivalente en su vocabulario: significa temor y repugnancia a los extraños. Yo (o por lo menos, un miembro de mi raza) fui escogido para realizar el primer contacto abierto con ustedes. Como soy lo que aquí llaman humanoide (igual que ustedes son lo que yo llamaría humanoide), probablemente les parezco más horrible y más repulsivo que un miembro de otra especie completamente distinta. Como para ustedes soy una caricatura del ser humano, les parezco más horrible que un ser sin semejanza alguna con ustedes.
»Quizá crean que realmente sienten horror por mí, así como repugnancia, pero créanme si les digo que han superado la prueba. En la galaxia hay razas que jamás podrán ser miembros de la federación, por mucho que avancen ellos mismos, porque tienen una violenta e incurable xenofobia; no podrían hablar cara a cara con un ser extraño de otra especie. Se escaparían de él a todo correr o tratarían de matarle instantáneamente. Tras estudiarles a ustedes y a esa gente —agitó un largo brazo en dirección a los habitantes civiles de Cherrybell que se hallaban no lejos del círculo de la conferencia —, me doy cuenta de que experimentan una cierta repugnancia ante mi aspecto, pero deben creerme si les digo que es relativamente escasa y se puede curar. Han pasado satisfactoriamente esta prueba.
—¿Acaso hay otras?
—Una más. Pero creo que ya es hora de que... —En vez de terminar la frase, el hombre—estaca se tendió en la arena y cerró los ojos.
El coronel se puso en pie de un salto.
—¿Qué demonios sucede? —dijo. Rodeó apresuradamente el trípode del micrófono y se inclinó sobre el extraterrestre, acercando una oreja a su pecho de repugnante aspecto.
Mientras levantaba la cabeza, Dade Grant, el prospector de barba grisácea, dejó escapar una risita ahogada.
—No hay latido cardíaco, coronel, porque no hay corazón. Pero se lo dejaré como recuerdo y en su interior encontrarán cosas mucho más interesentes que un corazón o intestinos. Sí, es una marioneta que yo he estado manejando, tal como su Edgar Bergen maneja la suya... ¿cómo se llama?, ah, sí, Charlie McCarthy. Ahora que ha cumplido su misión, está desactivada. Ya puede regresar a la base, coronel.
El coronel Casey retrocedió lentamente.
—¿Por qué? —preguntó.
Dade Grant se estaba quitando la barba y la peluca. Se pasó un trapo por la cara para borrar todo rastro de maquillaje y ofreció a los presentes un rostro de hombre joven y atractivo. Dijo:
—Lo que él le ha dicho, o lo que le han dicho a través de él, es verdad. No es más que un simulacro, desde luego, pero constituye un duplicado exacto de un miembro de una de las razas inteligentes de la galaxia, la que, según nuestros psicólogos es susceptible de causarles más horror, en el caso de que fueran ustedes violentos e incurables xenófobos. No hemos traído a un verdadero miembro de su especie para realizar el primer contacto porque ellos también tienen una fobia: la agorafobia, temor al espacio abierto. Son sumamente civilizados y miembros de importancia de la federación, pero jamás abandonan su planeta.
»Nuestros observadores nos han asegurado que ustedes no tienen esa fobia. Pero no han sido capaces de juzgar anticipadamente el grado de su xenofobia y la única forma de averiguarlo era traer algo en lugar de alguien para comprobarlo, así como para que hiciera el contacto inicial.
El coronel suspiró ruidosamente.
—No puedo decir que esto no me satisfaga en cierto modo. Podríamos convivir con humanoides, sí, y lo haremos cuando llegue el momento. Pero admito que me satisface mucho más saber que la raza dominante de la galaxia es, después de todo, humana en vez de humanoide. ¿Cuál es la segunda prueba?
—Ahora mismo la esta sufriendo. Llámeme... —Chasqueó los dedos —. ¿Cómo se llama la segunda marioneta de Bergen, la que va después de Charlie McCarthy?
El coronel titubeó, pero el sargento le facilitó la respuesta.
—Mortimer Snerd.
—Exacto. Pueden llamarme Mortimer Snerd, y ahora creo que ya es hora de que... —Se tendió sobre la arena y cerró los ojos tal como el hombre—estaca había hecho unos minutos antes.
El burro alzó la cabeza y la metió en el círculo, por encima del hombro del sargento.
—Aquí termina la actuación de las marionetas, coronel —dijo —. Y ahora, ¿querrá decirme por qué es tan importante que la raza dominante sea humana o, por lo menos, humanoide? ¿Qué es una raza dominante?

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